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Un sistema alimentario seguro y de alta calidad, desde la granja y la fábrica a la mesa

En cualquier visita organizada al Viejo Continente por una persona no europea nunca falta la exploración con entusiasmo de la rica cultura culinaria de Europa. Y es que sin duda los europeos son unos verdaderos apasionados de la comida, hasta el punto de que muchos platos tradicionales están estrechamente vinculados con nuestro sentido de identidad nacional, como la pizza italiana, los «pierogi» polacos, el «fish and chips» británico o el «schnitzel» austriaco, por mencionar algunos.

«La comida es nuestro terreno común, una experiencia universal», James Beard

Sin embargo, el modo en que los europeos obtienen, compran e incluso piensan sobre su consumo alimentario ha sufrido cambios radicales durante las últimas dos décadas. Las costumbres y las expectativas de los consumidores respecto a los alimentos han variado; ahora existe un mayor interés por los productos de origen orgánico («bio»), por los productos de origen local para apoyar a las economías locales y por más opciones veganas y vegetarianas. Ahora los consumidores esperan poder valorar el valor nutritivo de los productos mediante un etiquetado preciso y claro. En parte como respuesta a estas expectativas sociales cambiantes, la legislación europea ha garantizado que el sistema alimentario europeo tenga algunas de las normas más estrictas del mundo en materia de seguridad alimentaria. Pero todavía quedan desafíos por delante. Tras varios escándalos de seguridad alimentaria a escala europea e internacional, como el de la carne de caballo que recibió amplia publicidad en 2013 y el de los huevos contaminados de 2017 en los Países Bajos, la confianza europea en la seguridad del sistema alimentario se vio perjudicada. Por consiguiente, garantizar unos altos niveles de seguridad alimentaria ha sido el centro de atención de algunos de los proyectos financiados con fondos europeos que presentamos en el número especial de este mes. Por ejemplo, el proyecto STEFY ha logrado desarrollar satisfactoriamente una nueva generación de dispositivos de seguridad alimentaria rápidos, portátiles y basados en diversos parámetros que se emplearán en el sector vinícola y de la harina y los cereales para identificar micotoxinas y alérgenos. Por otro lado, el proyecto FieldFOOD ha logrado avanzar en la viabilidad comercial de una nueva tecnología que podría descontaminar alimentos con impulsos eléctricos, mientras que el proyecto BINGO ha estudiado el uso del control biológico de plagas como una alternativa a los plaguicidas químicos. Por supuesto, la seguridad alimentaria es de vital importancia, pero en este número especial también quisimos destacar cómo se están centrando algunos proyectos innovadores en aumentar la calidad de los alimentos y en satisfacer los requisitos mencionados anteriormente de los consumidores. En este sentido, la clave parece ser volver «a los fundamentos» y a los métodos tradicionales. El proyecto TRADITOM ha investigado las características de las variedades tradicionales de tomate y ha descubierto cómo su gran sabor puede complementar la producción en masa y la rentabilidad de producir uno de los frutos (¡no hortalizas!) más consumidos de Europa. Por último, el proyecto TREASURE se propuso ayudar a los consumidores europeos a redescubrir razas porcinas de uso tradicional y sus productos cárnicos sanos y de alta calidad. Quedamos a la espera de recibir sus comentarios. Puede enviar preguntas o sugerencias a: editorial@cordis.europa.eu

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