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A neuroscience approach to investigating how hierarchy influences moral behaviour

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Por qué nadie se siente responsable de un crimen de guerra

A menudo, los humanos suspenden su propia moral al obedecer órdenes. Unas gammagrafías cerebrales revelan por qué nuestros instintos naturales son tan fáciles de anular.

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El juicio del oficial nazi Adolf Eichmann en 1961 inspiró al psicólogo Stanley Milgram para investigar por qué las personas obedecen órdenes que saben que son erróneas. En su experimento más famoso, se animó a sujetos de prueba a administrar lo que creían que eran potentes descargas eléctricas a un actor situado detrás de una pantalla. La mayoría de ellos continuaba haciéndolo cuando el investigador se lo indicaba, a pesar de los súplicas de la víctima que no podían ver. La directora del proyecto AGENT, Emilie Caspar pregunta: «¿Por qué hay tanta gente que obedece órdenes y por qué esto cambia drásticamente su comportamiento moral?». La neurocientífica social trabaja con la hipótesis de que la actividad cerebral podría arrojar algo de luz sobre el motivo por el cual hay personas capaces de realizar acciones que saben que no son correctas cuando una figura de autoridad se lo ordena. Con el apoyo del programa de Acciones Marie Skłodowska-Curie, examinó dos regiones del cerebro, una de ellas implicada en el sentido de la voluntad y la responsabilidad y la otra relacionada con la empatía. Caspar explica: «Cuando sentimos dolor, se activan unas regiones del cerebro y, cuando vemos a alguien que lo sufre, se activan regiones similares. Nuestro cerebro procesa su dolor». Su hipótesis es que, al recibir órdenes de un tercero, esta respuesta empática disminuye, lo cual hace que estemos más dispuestos a infligir dolor a otros. Los experimentos que realizó en el Instituto de Neurociencia de los Países Bajos en Ámsterdam, se basaron en los estudios de Milgram, pero superando sus problemas éticos. En el transcurso de sesenta rondas, los participantes pudieron elegir entre administrar una descarga eléctrica dolorosa a otro voluntario o no hacerlo. El agresor recibía 5 céntimos por cada descarga que decidiese aplicar. Según Caspar: «Estaba segura de que nadie aplicaría una descarga por 5 céntimos, pero de hecho lo hicieron muchas veces». A continuación, se realizó un segundo experimento, en el que el instructor daba órdenes de aplicar o no una descarga en cada una de las sesenta rondas. A medida que se hacía, Caspar y su equipo monitorizaron la actividad cerebral de la persona que aplicaba las descargas mediante IRMf y equipos de electroencefalografía. Según explica, se observó una clara diferencia en la actividad cerebral cuando las personas obedecían órdenes de aplicar una descarga frente a cuando podían tomar su propia decisión de hacerlo. Los resultados se publicarán pronto en la prensa científica. Caspar explica que la financiación de la Unión Europea fue esencial para ayudarla a acceder a los conocimientos y los equipos necesarios para desarrollar su teoría. Desde entonces, ha viajado a Ruanda para investigar si el genocidio de 1994 ha determinado las actitudes de las personas frente al hecho de infligir dolor en otras. Sus resultados ofrecen una lectura desalentadora. De ochocientas personas con las que Caspar ha realizado pruebas en todo el mundo, dice que solo dieciséis rechazaron obedecer órdenes. Caspar explica que: «La mayoría de las atrocidades humanas se producen por obedecer a la autoridad. ¿Por qué tan pocos pueden resistirse a ella?». Aunque es difícil encontrar algo positivo en sus resultados, Caspar dice que conocer cómo el cerebro procesa la empatía y las instrucciones puede revelar formas de ayudarnos a resistirnos a las llamadas a la violencia en el futuro.

Palabras clave

AGENT, moral, jerarquía, neurociencia, empatía, gammagrafía, humano, IRMf, Milgram, guerra, crimen

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