Estudio de la repercusión de la adversidad temprana en los estorninos
La investigación indica que, en los seres humanos, las experiencias adversas en los primeros años de vida tienen una repercusión sobre la cognición posterior. Esto puede traducirse en comportamientos adictivos e impulsivos, elecciones alimentarias, obesidad y trastornos de ansiedad. Sin embargo, se sabe poco sobre si este fenómeno también ocurre en otras especies. Las aves nidícolas, cuyas crías —como los seres humanos— nacen subdesarrolladas y dependen de sus padres para sobrevivir, representan un sujeto de investigación adecuado. Las aves jóvenes permanecen inmóviles en los nidos, de modo que es posible determinar de forma precisa los alimentos y cuidados que reciben y, como los padres no reconocen a sus crías, es posible criarlas a mano. Además, existen muchos datos que relacionan la salud de la descendencia con la talla de la nidada, lo cual establece un marco para la experimentación benigna. Tal y como explica Daniel Nettle, coordinador del proyecto COMSTAR, financiado por el Consejo Europeo de Investigación, escogieron los estorninos porque son abundantes, sociales y se adaptan bien a los entornos de laboratorio. Uno de los hallazgos del proyecto fue el descubrimiento de que la adversidad y el estrés tempranos aceleran el envejecimiento, lo cual ha sido corroborado en parte por mediciones de telómeros. Los telómeros son regiones de ADN en los cromosomas. La investigación en seres humanos sugiere que se reducen con la edad. El equipo también descubrió que las experiencias tempranas influyen en los patrones de almacenamiento de grasas y en la regulación del apetito. «Aquí es donde se complica, porque las adversidades pueden causar la pérdida o el aumento de peso en los adultos. No obstante, esto tiene repercusiones en todo tipo de problemas sanitarios, como la obesidad y los trastornos metabólicos», afirma Nettle.
Aprender del forrajeo social
La relación entre las experiencias tempranas y la cognición y los comportamientos posteriores en otras especies que no sean los seres humanos, es parcial. Los animales favoritos de los investigadores, los roedores y los monos, han sido los más estudiados, además de algunas aves. Las comparaciones entre especies son prácticamente inexistentes. Para manipular las experiencias tempranas, el equipo crio a mano cuatro crías de una misma familia, dándoles una combinación distinta de la misma cantidad de alimentos a cada una durante sus primeras semanas de vida. A continuación, se introdujeron estos polluelos en diversas bandadas. «De este modo, logramos tener polluelos que compartían genes y vivían en el mismo entorno adulto, pero con distintas experiencias “infantiles”», añade Nettle. A fin de estudiar el comportamiento y la fisiología de dichas aves en la edad adulta, el equipo diseñó varias tareas conductuales para evaluar la búsqueda de alimentos, la toma de riesgos y la tolerancia con respecto a la gratificación aplazada. También se llevaron a cabo estudios en seres humanos de estos mismos criterios con el objetivo de poder establecer comparaciones. Se desarrolló un «sistema de forrajeo social»: una máquina colocada en el entorno de los estorninos que distribuía comida de forma automática. «Nunca antes se había realizado algo así. Se necesitó una ingeniería de precisión e interfaces de “software” aptas para el uso continuo por parte de los estorninos sin intervención humana», destaca Nettle. Cuando las aves querían buscar alimentos, volaban hasta la máquina y se encaramaban a ella; y, al estar equipadas con etiquetas electrónicas, se identificó y pesó a cada una de ellas. A continuación, el ave debía pulsar un botón para obtener alimentos. El equipo modificó diversas variables como la previsibilidad de la entrega de alimentos o el grado de competencia. En uno de los experimentos, un botón permitía obtener un premio pequeño pero inmediato, otro botón les hacía ganar una recompensa más importante, aunque de forma aplazada. En el estudio equivalente con seres humanos, los premios consistían en dinero en efectivo. «Descubrimos que los polluelos de la misma puesta con infancias distintas abordaban el riesgo de forma diferente. Por ejemplo, algunos eran menos capaces de estimar los intervalos de tiempo, a pesar de vivir en los mismos entornos adultos. Las comparaciones iniciales sugieren resultados similares en los seres humanos», explica Nettle. Otro hallazgo notable fue el hecho de que una mayor cantidad de estrés en las primeras semanas de vida aceleraba la reducción de los telómeros en los estorninos. «La determinación de la longitud de los telómeros sigue siendo técnicamente compleja y no son indicadores precisos de la edad biológica», señala Nettle. «Sin embargo, al desarrollar nuestras técnicas hemos aprendido mucho sobre biomarcadores, así que hemos podido contribuir a la ciencia de la medición de telómeros». En la actualidad, el equipo se concentra en el desarrollo humano, basándose en estudios que han realizado un seguimiento en cohortes desde la infancia hasta la edad adulta.
Palabras clave
COMSTAR, estornino, ave, adversidad, infancia, edad adulta, alimentos, telómero, comportamiento, cognición, envejecimiento