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El relato que cuentan nuestros genes

Contar y escuchar relatos ha cautivado al ser humano desde el origen de los tiempos, como lo demuestran la popularidad de ver series televisivas y el cuento que relatan los padres a sus hijos antes de dormir. ¿A qué se debe? Desde una perspectiva evolutiva, ¿no ser más provechoso invertir ese tiempo en obtener alimento?

¿Qué hace que, en todas las épocas y culturas, los seres humanos hayan sentido tanta atracción por contar, inventar y escuchar relatos? ¿A qué se debe que invirtamos tiempo en relatos de cosas jamás ocurridas? Desde la perspectiva evolutiva, ¿no sería más fructífero invertir ese tiempo en actividades que conduzcan a un beneficio determinado? ¿Acaso contar relatos conlleva alguna ventaja evolutiva que aún desconocemos? Teniendo en cuenta lo extendida que está la costumbre de contar relatos, es posible que cumpla alguna función de adaptación importante para las distintas sociedades humanas. En «Nature» se acaba de publicar un artículo titulado «Cooperation and the evolution of hunter-gatherer storytelling» que ha sido posible en parte gracias a la financiación de la Unión Europea concedida a uno de sus autores en el marco del proyecto CULTRWORLD. Según los autores, los relatos podrían servir como mecanismo con el que difundir conocimientos transmitiendo normas sociales que coordinan el comportamiento social y promueven la cooperación. Tal vez los relatos proporcionen un modo de que todos los miembros del grupo sean conscientes de las «reglas del juego» en determinada sociedad y las acaten. Los relatos en las comunidades de cazadores-recolectores En cooperación con Agta Aid, los investigadores exploraron la función de los relatos entre el pueblo agta, que vive en la Sierra Madre, el hogar del mayor bosque virgen que queda en las Filipinas. Allí constataron el grado elevado de igualitarismo social y de género que existe en esa sociedad. El equipo registró cuatro relatos. Cada uno de ellos tiene la finalidad de regular el comportamiento social estableciendo cómo comportarse en determinados contextos sociales. El relato de «El Sol y la Luna» cuenta que el Sol (macho) y la Luna (hembra) decidieron repartirse el tiempo de modo que uno brillase por el día y la otra por la noche. También se estudiaron relatos de otras sociedades cazadoras-recolectoras del Sudeste Asiático y África, donde se hallaron temas similares. De ochenta y nueve relatos, aproximadamente el 70 % trataban sobre el comportamiento social, y concretamente con compartir los alimentos, el casamiento, la caza y las relaciones con la familia política y los integrantes de otros grupos. Esos relatos también comportaban un trasfondo moral, ya que se recompensaba a quienes cumplían las normas o se castigaba a quienes las infringían. Un ejemplo claro de ello citado por los autores es un relato de los andamaneses que señalaba las consecuencias de no compartir el alimento. Más allá de las parábolas Para determinar si los relatos podían cumplir una función más sutil, aparte de la pedagógica, el equipo organizó un experimento con el que apreciar si favorecían la cooperación. Según explican en un artículo publicado en The Conversation, se pidió a casi trescientos agtas, repartidos entre dieciocho campamentos, que nombraran a los mejores cuentacuentos. Para evaluar la cooperación, también se pidió a cada individuo que participase en un juego de reparto de recursos. En él se dio a cada «jugador» un número de fichas que representaban cierta cantidad de arroz y se les dijo que repartieran las fichas entre ellos mismos y sus compañeros de campamento. En suma, el grado de cooperación fue mayor en los campamentos donde se halló una mayor proporción de cuentacuentos hábiles, lo que confirmaría que los cuentacuentos coordinan el comportamiento social y, así, favorecen la cooperación. De esa conclusión se desprende que los relatos pueden ser beneficiosos a escala del grupo. En cuanto al motivo de que las personas inviertan tiempo y energía en convertirse en unos buenos cuentacuentos por el bien de la sociedad, el equipo constató que a los cuentacuentos se les gratificaba de manera especial incluso en una cultura tan propensa a compartir alimentos como la agta. Constituían compañeros sociales deseables y su fecundidad y éxito reproductivo eran mayores que los de quienes no contaban relatos, pues tenían de media 0,5 hijos más. Hay investigaciones que muestran que la ficción puede favorecer la empatía y la capacidad de entender la perspectiva del prójimo. El artículo referido se suma al corpus de bibliografía dedicada a la influencia de la ficción en nuestra visión del mundo y destaca la sólida tradición de transmisión oral de relatos entre los cazadores-recolectores. Aparentemente, esos relatos coordinan el comportamiento del grupo y favorecen la cooperación al comunicar a las personas información social acerca de las normas, reglas y expectativas que rigen en determinada sociedad. El proyecto CULTRWORLD (The evolution of cultural norms in real world settings) tenía el cometido de hallar indicios sobre los patrones de transmisión cultural o aprendizaje social que condicionan la selección de un grupo cultural. Sus artífices pretendían determinar la dependencia de esos procesos con respecto a las propiedades de la comunidad y, así, su grado de estabilidad frente a los campos sociales y demográficos que trae consigo la modernización. Para más información, consulte: Página web del proyecto Vídeo en Youtube http://youtu.be/FKRNyxs7LN4 titulado «Cooperation and the Evolution of Hunter-Gatherer Storytellers»

Países

Reino Unido

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